Los equipos informáticos obsoletos son los primeros en probar el destierro laboral y acaban peinando telarañas en un rincón de la empresa o peregrinando hacia el reciclaje, en el mejor de los casos. Desde luego, a nadie extraña este amontonamiento de cadáveres tecnológicos que practican muchas empresas tras unos dignos años de servicio, ¿verdad? En cambio, pocos se sorprenden ante empresas atiborradas de empleados que lucen pantalones de campana y greñas a lo Beatle en su formación. Sí, andan desfasados, muy desfasados y necesitan que alguien vista sus conocimientos a la moda del momento: redes sociales, marketing online, programas informáticos, de diseño, retoque fotográfico, manejo de CRM, páginas web...

De hecho, una correcta formación puede paliar ciertos males como la falta de competitividad, reducir accidentes laborales, aumentar la satisfacción de la clientela, aplacar el absentismo laboral y, por supuesto, mejorar la productividad de los asalariados.

Además, vestir a los trabajadores de acuerdo a la moda formativa del momento reporta beneficios indudables para su autoestima laboral, puesto que les ayuda en su desarrollo tanto profesional como personal. Por no hablar de que les permite acceder a unas habilidades y destrezas que le inmunizarán contra la enfermedad de la obsolescencia programada por uno mismo.

Sin embargo, la formación continua despachada por la propia empresa se topa con muchos “ateos” que se resisten a recibir el “bautismo”. Así, por un lado son los propios jefes los que se niegan a prescindir de su personal que debe ausentarse para recibir los cursos, aunque resulta evidente que estos viajes formativos redundarán en una plantilla mucho más preparada y productiva y que el jefazo, por lo tanto, obtendrá unos peones más avezados para ganar la partida de ajedrez.

Por supuesto, también nos damos de bruces con aquellos profesionales que prefieren seguir embutidos en sus pantalones de campana y con sus pelos anclados en el grito “ye-yé” de Concha Velasco. Por lo tanto, incluso tras haber recibido el debido curso, ellos practican su “erre que erre” y  hacen caso omiso a lo aprendido. En estos casos, hay que tirar previamente de mentalización para que la plantilla no se vuelva una insumisa del cambio.

Otra casta que también se prodiga es la de los empleados algo asustados ante lo que se les está pidiendo. No en vano, piensan que no estarán a la altura de lo solicitado en el desarrollo del curso. Una vez más, se debe convencer al trabajador de que se le está brindando una herramienta que reforzará su tarea en la empresa y su autoestima.

De esta manera, poco a poco iremos poniendo nuestro equipo de trabajo al día de las modas laborales y atajaremos el efecto obsolescencia de la empresa; porque nadie quiere acabar en la cuneta laboral mientras alrededor derrapan las ruedas de los Fórmula 1.